domingo, 18 de septiembre de 2016

Oscuridad

Y seguimos esperando el momento en el que alguien nos diga, que ya basta, que el dolor cesa.
Alguien que nos saque de la cama y nos demuestre lo bello que es el mundo si lo miras desde otra perspectiva.
Tal vez sea que sigo mirando desde las persianas bajadas de mi habitación.
O qué me escapé de tu sonrisa aquel frío invierno.
Pero ya las miradas no me derriten, ni las caricias me calman.
La vista se aferró a esta oscuridad, y mi boca se quedó muda.
Mis manos no sentían la suavidad de las nubes.
Sólo había olores corrientes y el silencio desdibujaba todo aquello que no veía.
Mis cinco sentidos se han quedado inmóviles, sin reclamar al corazón un latido de más.
Sin pedirle a la cabeza que te grite que no te vayas y roces con un murmuro mi inmóvil felicidad.
Si los ojos hubieran estado abiertos te habrían robado una mirada que olería a lo que quisimos enterrar en un cajón.
Quédate, o túmbate aquí y vete más tarde. Pero hazlo hasta que despierte y vea la luz que he estado ignorando, que con tu sutil pero fuerte presencia, has estado tapando.

sábado, 17 de septiembre de 2016

La vida

Me gusta pensar que hay algo más, que la vida no consiste en esto.
En obervarla detrás de un pupitre, en ser querido o no.
A veces necesitamos un estallido de color en nuestra peli en blanco y negro.
Decidimos sumergirnos en historias que no son las nuestras por el simple echo de sobre llevar aquello que nos duele.
Cuando sientes la monotonía es duro, abrir los ojos cada mañana es necesario.
Pero a decir verdad, a veces prefiero la almohada que la realidad.
Me gustaría escapar de la fragilidad de mis sentimientos, y de este lugar.
Correr, volar.
Que unos ojos verdes me salven de este mar al que he ido a parar.
Unos ojos que no sean marrones, esos son traicioneros. Llegan a mi alma para dejarme como un ser inerte.
Me gustaría acabar esto con algo que me inspire a pensar que cuando cierre los ojos por última vez, unos ojos azules me lleven a otro sitio.
Pero no se si hay algo.
Y ese final me da miedo.
No me gustaría acabar este libro, pero me querría ir saltando de librería en librería, porque esos son los momentos, los que hacen que todo fluya, que esto merezca la pena.

jueves, 8 de septiembre de 2016

La historia más bella, en botella

¡Hola! Se que suelo escribir textos en los que plasmo mis sentimientos, pero debido a que adoro escribir he decidido ir probando formas nuevas. Esta vez me he decantado por un relato, nunca he escrito uno por lo que no estará genial, pero espero ir mejorando. He elegido que el género sea de amor ya que mi idea principal iba ligada a él, aunque quiero ir probando distintos a ver con cuál me siento más cómoda. Siento si hay alguna falta de ortografía y no me demoro más, aquí os lo dejo.

Decían que en aquella bahía el dolor estaba presente, resonaba el eco de los lamentos en las rocas y aquel que lo sentía iba ahí, porque el murmurar de las olas disminuía aquello lo cual te preocupaba.
Tan sólo era una leyenda, y Dayana lo sabía, pero aún así le gustaba ir a aquel lugar a pensar, sobre todo al atardecer.
Aquella tarde la brisa del mar agitaba su pelo negro azabache, mientras los últimos rayos de sol coloreaban su morena tez.
Me ha vuelto a pasar", se lamentaba.
¿Era su culpa? Cada vez que un chico le decía esas dos palabras tan especiales salía despavorida.
Tal vez era porque en la mayoría de los casos solo las desperdiciaban con el fin de llevarla a la cama. Sabía que el pensamiento de que lo conseguirían se debía a que era una colombiana viviendo en España, pero jamás llegaría a comprenderlo. A sus dieciséis años ya había llegado a otro punto en alguna relación, pero eso no significaba que siempre sería así.
Y aunque no fueran con esa intención, ninguno había logrado llegar a aquel órgano situado en su lado izquierdo.
Aquella mañana su novio, ahora ex, le había confesado que se había enamorado de ella. A Dayana nada más oírlo le entró el pánico, estaba cómoda con él, pero ese sentimiento que ella nunca había tenido, no era correspondido.
Finalmente tuvo que confesárselo, y este, dolido, dejó la relación.
Ahora, sentada en la orilla pensaba en que se sentiría al estar enamorada. ¿Serías feliz?, ¿habría dolor?... A decir verdad le asustaba la idea de que la hicieran daño, como ella había echo con muchos chicos. Entregar tu corazón para ser devuelto en pequeños pedazos.
Mientras reflexionaba sobre esto oyó el sonido de un cristal romperse, curiosa, se levantó a ver qué lo había producido.
Encontró una botella de cristal con un largo papel dentro. La botella estaba rota por lo que no le resultó difícil sacarlo.
La curiosidad la pudo, y a pesar de que la letra estaba borrosa consiguió leerla.

«Hola, me llamo Daniel, mi apellido no importa, tal vez tú qué estás leyendo esto hayas visto demasiadas películas y pienses que soy un náufrago en una isla desierta, pero todo lo contrario. Vivo en, que más da donde viva, el caso es que tengo un hogar, ella es mi hogar. Escribo para plasmar con palabras la historia más bella que podría imaginar.
Yo tenía diecisiete años, y nunca una chica se había fijado en mi, supongo que porque me consideraban una persona más bien “gorda". Pero recuerdo aquel 27 de marzo, en el parque de al lado de mi casa estaba ella. Por primera vez vi sus largos cabellos pelirrojos, las dos esmeraldas que tenía por ojos, su pálida piel repleta de pecas. Aquellos finos labios, sus pasos de bailarina y la fragilidad en todos los movimientos que realizaba.
Sentí tranquilidad dentro de mi, la misma que sentía cuando era pequeño y mi abuela me hacía galletas.
De pronto empezó a acercarse a mi y quedé paralizado; “¿cómo puede haber tanta belleza en una sola persona?", pensé.
Entonces pasó lo inimaginable, me habló. Me preguntó la hora con un acento británico que consiguió que me derritiera más con cada palabra suya. Se la di, y tuve que armarme de valor para preguntarle su nombre, el cual era Susan. Jamás un nombre me había parecido tan hermoso.
Y así seguimos hablando, yo no lo entendía, no entendía como una chica de esa categoría estaba dirigiéndome la palabra.
A medida que iba hablando con ella iba descubriendo que era una chica inteligente y sensible.
Desde aquel día empezamos a quedar todas las tardes en ese mismo lugar, cada vez que se tenía que marchar notaba un pinchazo dentro de mí y me quedaba con ganas de saber más sobre ella, nunca me cansaba de escucharla.
Así estuvimos meses, yo tenía ganas de besarla, de avanzar con ella, pero nunca había sentido tanto miedo al rechazo, a pesar de haberlo sufrido toda mi vida.
Llegó el día de mi dieciocho cumpleaños, pasé el día con mi familia (debo admitir que no tenía demasiados amigos), y a la hora de siempre bajé al parque. Susan no estaba, una gran decepción me invadió inmensamente.
Cuando estaba a punto de irme oí que alguien gritaba mi nombre, era ella. Cuando recuperó el aliento, me felicitó, fue la mejor felicitación de mi vida, y no solo porque salió de su boca, sino porque acto seguido esa misma boca me besó.
Fue mi primer beso, pero supe que nadie podría igualarlo, ahí me di cuenta de que estaba totalmente enamorado de aquella inglesa, y por algún extraño motivo, el sentimiento era correspondido.
Actualmente tengo veintiún años, y me se el número exacto de sus pecas, el tono exacto de sus ojos, y la conozco mejor que a mi mismo. Mientras escribo esto, ella duerme, y no me cansaría de mirarla. Espero pasar el resto de mis días junto a ella, y si no es posible, me matará, será desgarrador, lo se de antemano, por eso te entrego esta historia seas quién seas, para que pase lo que pase, alguien sepa que está historia mereció la pena, y eso no cambiará.
Gracias por dedicarme tu tiempo, disfruta de tu propia historia.»

Dayana estuvo reflexionando sobre la historia de aquel chico tan peculiar. Aquel mensaje no podría haber llegado en mejor momento, pensaría que sería el destino si creyera en él.
Seguía sin saber que se sentía al enamorarse, pero ya no le daba tanto miedo, tenía ganas de escribir un mensaje para otra persona con su propia felicidad plasmada en un simple papel. Debía arriesgar para alcanzar esa alegría y esa tranquilidad, que al parecer, merecían la pena.