sábado, 15 de abril de 2017

Temida, detestada y adorada.

Las calles tan repletas de risas, dramas y enamorados.
Llenas de música callejera de la que te toca el alma.
A rebosar de momentos, y de gente de la que jamás sabrás.
Desde hace un tiempo la contaminación es su guarnición.
Pero poca gente se adentra en su alma,
su superficie es más sencilla, pero menos hermosa.
Solía perderme entre sus rincones y bancos.
Cada día pasaban nuevas personas a las que me gustaba llamar historias, al fin y al cabo de eso estaban constituidas.
Y me reconfortaba tanto... eran mi dulce nana, a pesar de lo dolorosas que podían llegar a ser.
Mi temida, odiada y adorada Madrid.
Te temo todos los días por tu inmensidad y tu destreza de ocultar la maldad que se hace un hueco en ti.
Te odio por no defenderme cuando tus trozos me miran, juzgan y destrozan.
Pero te adoro,
te adoro por dejarme un escondite,
un lugar en el que soñar,
en el que observar,
en el que habitar.
Ambas sabemos que un día te daré la espalda. Que desde bien pronto supimos que me marcharía, porque necesito alejarme de la oscuridad que a veces se cierne sobre nuestras cabezas.
No busco el sol, también sabemos que me proporcionas tanta calidez como deseo.
Pero hicimos un trato, tú me dejas marchar mientras yo te cuento mis secretos.
Y te diré el más grande.
Deberías ser más pequeña, tu grandeza solo atrae mentiras y traición en la superficie.
Menos mal que en tu alma nos sentamos a descansar de ello, y ver como los músicos y artistas callejeros te curan, como las familias y el amor van a comprar un helado que compartirán contigo y como aquellos habitantes que estuvieron ahí desde el primer llanto, te dan la vida.
No son esos turistas ni políticos que solo admiran tu grandeza y tu poder.
Es esa gente, esos seres humanos que saben llegar a lo más profundo, a lo más diminuto y ver, la cantidad de fe, amor y personas, grandes personas,
que albergas.

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